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Tal vez, nada más que un impostor

Escribí este relato en homenaje a Federico García Lorca. Por su puesto, se trata de una historia de ficción, pero no me digáis que no podría haber sido real. A mí me hubiera gustado.

31 de diciembre de 1999

Era n las siete de la tarde del 31 de diciembre de 1999 y en la redacción de Los lectores quieren saber cundía el pánico por si el tan traído y llevado efecto 2000 se producía, lo que conduciría al mundo civilizado al caos global. La dirección ya había previsto un plan de contingencias para aquella noche tan especial, aunque yo había sido la última becaria en incorporarme a la plantilla y no estaba incluida en él. Aun así había pensado hacer noche en la redacción, en la creencia absurda de que si permanecía al pie del cañón podría conjurar los malos augurios. Pero en aquel momento me encontraba ante el dilema de si quedarme en la oficina, según mi plan inicial, o acudir a la extraña cita que se me había propuesto hacía apenas unas horas. A lo mejor no se trataba más que de una broma de mal gusto, pero si lo que decía aquel hombre era verdad, tendría una gran historia entre manos. Quizás el riesgo valiera la pena. Además, contaba con la ventaja de que ya había cancelado todos mis compromisos y podía hacer lo que me viniera en gana. Seguro que en la redacción tampoco me echarían de menos.

El desconocido que me había llamado a mediodía decía ser celador en una residencia de ancianos llamada Las adelfas. Hice algunas averiguaciones y constaté que el lugar existía, lo cual ya era un punto a su favor. Sin embargo, lo que me había contado parecía tan inverosímil… Era de dominio público que al gran escritor, el buque insignia de la poesía su generación, lo habían asesinado al poco de empezar la Guerra Civil. ¡No era posible que siguiera vivo y en aquella residencia! ¿O sí? De ser cierto, ¿qué edad debería de tener ya? Eché cuentas y calculé ciento un años. ¡Difícil, pero no imposible!: España está llena de ancianos longevos y acartonados, verdaderas momias vivientes a las que la parca se niega a darles el hachazo definitivo.

Antes de tomar una decisión quise volver a hablar con mi fuente

Antes de tomar una decisión quise volver a hablar con mi fuente. Me encerré con el móvil en el baño para que nadie oyese la conversación. Después de unos pocos tonos el celador contestó a la llamada.

―¿Por fin se ha decidido, señorita Zurano? ―dijo sin más preámbulo.

―Digamos que todavía estoy considerando su ofrecimiento, señor… ―no sabía cómo dirigirme a él. En ningún momento me había dado un nombre.

―Llámeme simplemente Juan.

―Está bien, Juan. ¿Cómo sé que me está diciendo la verdad? ¿Que no es una treta para darse notoriedad por algún motivo que no acierto a comprender? ―Mi reticencia estaba más que justificada por lo insólito del caso.

―No lo puede saber. Para eso tiene que venir y verlo con sus propios ojos, escuchar su historia. Le prometo que no se arrepentirá. Paco está cenando ahora y luego lo llevaré a su habitación donde la esperará para charlar con usted.

―¿Paco? ¡Vamos a ver! Pero si se trata de Federico, ¿no? ¿Por qué lo llama Paco ahora?

―No se sulfure. Comprenderá que si estuviera aquí con su verdadero nombre, lo sabría todo el mundo y usted no tendría ninguna exclusiva. Sí, su nombre real es Federico García Lorca ―Juan bajó tanto la voz que a duras penas pude oírlo―, pero aquí consta con su identidad ficticia: Francisco Gómez Lemos. Es su alter ego. ¿No se dice así?

A aquella altura de la conversación ya había decidido que deseaba entrevistarlo a toda costa. Pero quería mantener oculto mi interés un poco más, de modo que seguí preguntando.

―¿Y por qué tiene que ser precisamente esta noche? No parece muy apropiada para ir de visita a un asilo.

―Precisamente por eso, es la mejor de todas. Según mi experiencia, nadie viene a ver a los ancianos en fin de año y además, el personal está bajo mínimos. Será muy fácil introducirla en el dormitorio de Paco sin que nadie la vea. No se preocupe, que de eso me encargo yo… Ah, y no olvide mis cinco mil pelas. Ya sabe: favor con favor se paga.

No me hacía gracia aquella  exigencia. Yo no andaba por entonces muy sobrada. Pero si la jugada me salía bien, el dinero me acabaría resultando rentable. Además, sería el único dispendio de la noche, ya que aquel fin de año no tendría que pagar ni la cena ni el cotillón.

―No tenga cuidado ―acepté el trato―. ¿Le parece que las nueve es una buena hora?

―Perfecto. Hágame una llamada perdida cuando llegue. Estaré al tanto.

Con la ayuda de Juan entraba en el dormitorio del anciano

Dos horas después y con la ayuda de  Juan entraba de tapadillo en el dormitorio del anciano. El cuarto olía a una extraña mezcla de lejía rebajada y colonia de lavanda. Al entrar puede verlo recostado en la cama. Me pareció un viejo vulnerable y frágil que, pese a ello, dormía de manera plácida, como si ningún peligro pudiera ya alcanzarlo. Tenía los pómulos muy marcados y todas las arrugas del mundo surcaban su tez morena. Juan le tocó con suavidad el hombro.

―Despierte, abuelo. Ya está aquí aquella señorita de la que le hablé. ¿Lo recuerda? Al final la he convencido para que viniera. Ella escuchará lo que tenga que contarle.

El anciano abrió los ojos y su rostro se iluminó de repente. Me pareció que irradiaba una sabiduría y humanidad propia de tiempos pretéritos.

―Pues claro que me acuerdo ―repuso de manera muy lúcida, aunque con una voz algo vacilante―. El tiempo nos apremia. En cualquier momento me puedo ir para el otro barrio, donde llevan esperándome desde agosto del 36 ―se le escapó una media sonrisa al pronunciar aquellas palabras―, así que empecemos cuanto antes.

Me sorprendió mucho su carencia de acento andaluz, pero no dije nada al respecto.

―Entonces, será mejor que yo me vaya. Señorita Zurano, avíseme cuando termine.

Juan salió de la habitación y cerró la puerta, dejándonos cara a cara al anciano y a mí.

―Le importa que grabe la entrevista ―le pregunté mientras sacaba un viejo y aparatoso casete compacto, toda una antigualla. Con la informática bajo amenaza, era lo mejor que pude procurarme para la ocasión.

―En absoluto, señorita. Puede hacer lo que quiera. ¿Cómo se llama?

―Me llamo Alma Zurano. ¿Y usted? ¿De verdad es Lorca? El caso es que sí que se parece, aunque claro los únicos retratos suyos que conozco son de cuando era joven… ―dudé.

Soy Federico García Lorca

―Por la gloria de mi madre, le juro que sí, que soy Federico García Lorca. Ya sé que es difícil de creer. Fusilarme me fusilaron, no se vaya a creer que no lo hicieron, pero sobreviví. A veces pienso que la misma inquina que me tenían aquellos fascistas fue lo que me salvó. Como los primeros tiros fueron para mí, caí al suelo inconsciente antes que los demás. La montonera de cuerpos que se formó después debió de protegerme de nuevos impactos.

―Aun así sigo sin comprender que pudiera salvarse, que pueda escuchar esta increíble historia de boca de usted. ―Le miré a los ojos llena de asombro―. Si perdió el conocimiento y estaba herido, quizás alguien lo ayudaría… ¿no? Me parece imposible que escapara solo de allí. ¿Cómo es que nadie echó de menos su cadáver? ―con el  hombre allí, delante de mí y todavía vivo, sentí cierto reparo con aquella palabra.

―Puede decirse que la suerte estuvo de mi lado. Por lo visto, acabada la faena, los hombres muy exaltados por la carnicería que acababan de cometer, lo celebraron por  todo lo alto allí mismo. Corrió el vino y acabaron ebrios sin tan siquiera haber enterrado a los muertos. No hicieron bien el trabajo y aquel descuido propició que yo haya seguido con vida. Al menos hasta ahora ―pude apreciar un sarcasmo en su voz―. Un padre y su hijo pasaron por allí mientras los asesinos todavía dormían la mona. El joven tenía el oído muy despierto y oyó mi quejío que salía de la pila de cuerpos inertes ―la  palabra quejío sí que la pronunció con un auténtico deje granadino―. Aquellos hombres eran buena gente y aun riesgo de sus propias vidas pusieron todo su empeño en salvarme. A día de hoy todavía les agradezco cuanto hicieron por mí. Hace mucho que no sé de ellos ―se lamentó mientras una escueta lágrima que consiguió conmoverme le resbalaba por la mejilla―. Lo más seguro es que ya estén muertos, como yo también lo estaré muy pronto.

―¿Y qué pasó después? ―pregunté fascinada por la narración del vejete, aunque todavía tenía mis dudas―. Si sobrevivió a aquel funesto episodio, ¿por qué ha permanecido oculto todo este tiempo? ¿Y por qué ahora quiere contarlo?

―Esa es una historia muy larga, pero intentaré resumírsela lo mejor que pueda. Es verdad que no morí, pero mi vida pendía de un hilo. Tenía heridas muy graves.

En aquel momento se arremangó el pijama con unas manos menudas, surcadas de venas y pude verle el vientre atravesado por varias cicatrices, la más grande de las cuales iba desde el esternón hasta más abajo del ombligo.

―Esta ―dijo Federico al percatarse de que era la que más me había llamado la atención―, es de una operación que me tuvieron que hacer años después para extirparme una fístula que me quedó. Para que se haga una idea: tardé cerca de un año en sanar.

Recorrí con suavidad la cicatriz

No pude resistir un súbito impulso y recorrí con suavidad la cicatriz con la punta de los dedos. Era muy abultada y carnosa.

―Le hicieron algo muy cruel, señor García Lorca. Debió usted de sufrir mucho ―dije estremecida todavía por lo que me acababa de contar.

―No se ande con tantas formalidades, Alma. Federico a secas está bien ―me dijo―. Sí, a veces me dolía mucho. Y no se crea, que a día de hoy, con los cambios de tiempo todavía me duele. Pero las heridas del alma duelen más. Toda la vida me la he pasado preguntándome cómo hay gente capaz de hacerle a uno cosas tan malas. ¿Cómo se puede odiar a alguien sin conocerlo siquiera? Porque a mí, ninguno de aquellos me conocía de nada, tan solo sabían de mí de oídas. ¡Vale!: tenía mis propias ideas, pero no era para tanto. Tampoco era ningún secreto que me gustaban los hombres. Pero nadie merece morir por ser como es. Ahora nos llaman gays. Parece que está mejor visto. Pero todavía hay quien nos pega una paliza cuando nos ve por la calle. Así que después  de todo, hay cosas que no han cambiado tanto desde entonces.

Yo asentía con la cabeza a todas las reflexiones de aquel hombre excepcional y empezaba a convencerme de que me estaba contando la verdad. En todo caso, estaba claro que aquella era su verdad. Pero todavía había un asunto sobre el que quería preguntarle a Federico.

―¿Y cómo es que abandonó la literatura después de aquello? Era su pasión, su vocación, su vida…

Nunca dejé de escribir

―¡Es usted tan joven! ―dijo condescendiente―. No la abandoné. Más bien ella me abandonó a mí. Nunca dejé de escribir, aunque tuve que de desempeñar diferentes oficios para ganarme la vida. Todos me creían muerto, incluso mi familia, y yo dejé que lo siguieran creyendo. Era una forma de evitar que me volviesen a matar. Ahora me arrepiento de no haberles desvelado antes la verdad, pero ya es demasiado tarde. Todos los que me importaban hace tiempo que están muertos. Después de todo, creo que he vivido demasiado…

―¿Entonces adoptó usted otro nombre? ―pregunté satisfecha por mi perspicacia.

―Así es. Fue una cuestión de mera supervivencia. Y pasé de ser un poeta y dramaturgo consagrado a no ser nadie. Y siendo nadie, nadie me tomó serio. En el fondo de aquel armario ―dijo mientras señalaba un pequeño ropero que estaba frente a la cama― está todo lo que escribí en mi segunda vida. Por favor, lléveselo. Es para usted.

―Pero, yo… yo… ―dije balbuceante―. ¿Qué quiere que haga?

Estaba desconcertada por aquella enorme muestra de confianza. Era muy joven y no sabía si estaría a la altura de lo que intuía que Federico me iba a pedir. Pero obedecí y saqué del armario unos legajos amarillentos y cubiertos de polvo.

―Cuando muera, que será muy pronto, Juan la avisará. Entonces usted desvelará al mundo esta conversación y dará a conocer mis manuscritos. Mientras tanto deberá guardar silencio. Es lo único que le pido.

Una cuestión de supervivencia

Terminada la entrevista me despedí de Federico y me marché con el mismo sigilo con el que había llegado. Al final, el efecto 2000 quedó en nada y la civilización occidental superó un escollo más en su loca huida hacia delante. Al cabo de un par de semanas Juan me llamó para decirme que el abuelo, como a él gustaba llamarlo, ya descansaba en paz. Yo entonces era demasiado insignificante para cumplir con el encargo: nadie me hubiera tomado en serio. Es más, hubieran pensado que se trataba de un vulgar impostor, algo que él no se merecía. De modo que no conté a nadie lo sucedido. Ahora, han pasado casi dos décadas desde aquella nochevieja de 1999. Tengo un nombre y el público me respeta. Por eso ha llegado el momento de cumplir la promesa que le hice a aquel viejo poeta en su lecho de muerte. Hágase la última voluntad de Federico García Lorca, alias Francisco Gómez Lemos, o tal vez debería decirlo al revés. ¿Qué más da?

Desde el mismo andén

Me bajo del tren sin mirar atrás

Me bajo del tren sin mirar atrás, igual que me había marchado aquel día de hacía casi veinticinco años con una escueta maleta en la que cabía lo poco que quise llevarme de esa casa a la que nunca pude considerar un hogar. Unas gafas de sol pasadas de moda me ayudaban a ocultar el ojo morado, aún en carne viva, y que me avergonzaba a cada pulsación que sentía. Me avergonzaba porque me hacía creer que era tan poca cosa, porque me recordaba todas las humillaciones que había sido capaz de aguantar con absoluta pasividad, llegando a convencerme de que no merecía nada mejor.

Precisamente aquel día hice acopio de las escasas fuerzas que me quedaban

Hasta aquel día. Precisamente aquel día hice acopio de las escasas fuerzas que me quedaban, arramblé con todo el dinero que pude, unas diecinueve mil pesetas entre billetes y calderilla, y me fui dejándolo todo atrás, dispuesta a empezar una nueva vida lejos de aquello que había conocido. Sabía que tenía que partir de cero. Nada de lo anterior me era querido. No lo necesitaba. No me importaba a dónde ir. Simplemente, al llegar a la taquilla pedí billete para el primer tren que saliera.

Aquel tren que tomé al azar me condujo a Madrid

No tomé la decisión de manera consciente porque para ello se necesita voluntad, algo de lo que yo carecía. Fue cosa de mi instinto de supervivencia que, sin darme yo cuenta, tomó el mando de la situación cuando ya me sentía totalmente derrotada. Aquel tren que tomé al azar me condujo a Madrid, ciudad en la que nunca antes había estado. Cuando bajé en Atocha, sentí que ese nudo gordiano que era la estación representaba la encrucijada de mi vida. Estaba desorientada y no sabía hacia a dónde dirigirme. Busque un hostal barato en los alrededores, con la intención de que el dinero me cundiera al máximo. La cuestión económica me acuciaba y sabía que necesitaba un trabajo. Por casualidad, en la pensión donde me hospedé buscaban una chica para ayudar en la limpieza. Me pareció que aquello era una buena señal. Una señal de que mi suerte iba cambiar y acepté. El sueldo no era muy bueno, pero el alojamiento y la manutención estaban incluidos. Además contaba con un día libre a la semana para darme una vuelta por el Retiro. Sabía que eso me bastaba para comenzar de nuevo.

Era duro para una joven como yo

Tampoco recuerdo esa época con demasiada nostalgia y no caeré en el error de decir que me fue fácil salir adelante. Era duro para una joven como yo: sin formación, sin parientes, sin amigos. La soledad, el no poder contar con nadie de mi confianza, hacía que todas las noches me durmiera llorando. Pero con paciencia y tesón lo logré. Poco a poco, paso a paso. Al cabo de un tiempo conseguí un empleo mejor. El día que pude mudarme a mi pequeño piso de alquiler me encontraba exultante. ¿Era felicidad? No lo creo, pero se le parecía. Desde entonces solo hice que prosperar y vivir a mi aire. De manera modesta, pero sin ningún hombre cerca que pudiera mangonearme.

Respirar por última vez este aire cargado de salitre


Hasta hoy. Han pasado casi veinticinco años. Y desde el mismo andén de entonces veo que todo ha cambiado. Yo misma he cambiado. Aún no soy vieja pero lo parezco: no he llevado una vida entre algodones y se nota. El cáncer terminal que me diagnosticaron hace seis meses ha acabado de rematar la faena. Mi piel se ha surcado de arrugas de manera repentina. He ganado mucho peso por culpa de esos tratamientos hormonales y me siento tan cansada… Me duele el cuerpo entero. Y por eso he vuelto a mi ciudad, porque ya me han desahuciado y quiero morir aquí. Respirar por última vez este aire cargado de salitre, llenarme los pulmones con él, sentir sobre mi piel la caricia de la brisa bajo la luz dorada del sol. Quiero mecerme hasta dormirme entre las olas del Mediterráneo, el mar de mi infancia: la única época que verdaderamente añoro.

Entrevista en Contra la inercia

por Rubén Almarza González / 07/10/2017. Publicada en su blog Contalainercia

¡Feliz sábado, queridos amigos de CLI! Hoy os traigo una reseña muy especial, ya que la persona que hoy se pone al otro lado del ordenador es una autora a la que conocí hace casi dos años y con la cual he coincidido en infinidad de proyectos. Además de ser una magnífica escritora, trabaja en el mundo de la sanidad como microbióloga. Hoy le preguntamos sobre sus proyectos, sobre sus primeros pasos y sobre cómo se puede evolucionar en una carrera literaria fuera de las grandes ciudades. Con todos ustedes… ¡AVELINA CHINCHILLA!

  • Antes de comenzar a hablar de tu trayectoria, los lectores de Contra la inercia quieren conocer un poco a la persona que está detrás de esas historias. Avelina, ¿desde cuándo te interesa la literatura?

La literatura me ha interesado desde que recuerdo, al menos como lectora. Aprendí a leer siendo muy pequeñita y la gente se admiraba de verme leer de corrido cuando no levantaba ni dos palmos del suelo. Durante mi etapa escolar las redacciones se me daban muy bien y escribí mi primer poema a los diez años más o menos. Empezaba algo así como: “Es la vida/ que azota a los hombres/sin fuste ni látigo. Es el sol/tibia caricia en invierno/lengua de fuego en verano…”. Un poco más adelante ya en la adolescencia empecé un amago de novela de ciencia ficción en plan postapocalíptico. Era la época en que nos tenían comida la cabeza con la guerra fría, el invierno nuclear y todas esas cosas. Es el único material de aquellos comienzos que conservo y me haría ilusión terminarla algún día aportándole una visión más actual.

En aquella época me desahogaba mucho escribiendo vivencias personales y algún que otro poema, aunque nunca llegué a llevar un diario al uso (no tengo la suficiente constancia). Como ya he dicho, me deshice de todo a excepción del manuscrito de ciencia ficción. Luego llegó la universidad y eso me absorbió por completo y dejé de escribir.  Fue algunas décadas después ya con mis hijos criados y mi vida estabilizada cuando recuperé mi antigua afición.

  • Cuéntanos cuáles son tus autor@s favorit@s, así como tus libros predilectos.

Al no tener una formación específica en letras he ido leyendo a lo largo de mi vida un poco de aquí y de allá. Me voy a referir únicamente a escritores en español y preferiblemente del siglo XX. He leído mucha poesía: Lorca, Alberti, Miguel Hernández, Luis Cernuda, Blas de Otero, Pablo Neruda, etc. Recientemente he descubierto la poesía para adultos de Gloria Fuertes y tengo que decirte que cuanto más la leo más me gusta. Soy fan incondicional de José Luis Sampedro. Me gustaron mucho La vieja sirena y La sonrisa etruscaNubosidad variable de Carmen Martín Gaite supuso un punto de inflexión en mi relación con la literatura, ya que fue a raíz de su lectura cuando me animé a escribir. Recientemente he leído poseía de esta autora y el poema Todo es un cuento roto en Nueva York me pareció sencillamente bestial. Lo recomendaría a todo el mundo, aunque no es fácil de encontrar completo. Yo lo leí en un volumen de la biblioteca de mi pueblo titulado: Después de todo Poesía a rachas, pero el libro ya no se puede comprar.

  • Aprovecho para preguntarte por el panorama literario en España. ¿Qué autores crees que sobresalen actualmente?

Como te he dicho yo leo sin método de una manera un tanto anárquica y en general autores poco conocidos e independientes, así que voy a limitarme a decirte autores de libros que leído recientemente y que me han gustado. Voy a empezar por el último: Javier Alonso García-Pozuelo autor de La cajita de rapé una interesante novela policiaca ambientada en el Madrid del siglo XIX. Me han gustado mucho también Subsuelo de Marcelo Luján y Una vida más tarde de  Paz Martín-Pozuelo, Luces que parpadean de J.M. Sánchez, Orissa de Alberto Rueda. En poesía nombraré Transpoética de Leo Zelada.

  • Como autora con libros en el mercado, ¿Cómo ves la situación del mercado del libro aquí? ¿Crees que hay proyectos editoriales solventes que ayuden a los autores sin los medios suficientes para difundir su obra?

Es un tema muy complicado, porque cuando no te conoce nadie es muy difícil vender libros. En mi caso el último lo he publicado con Playa de Ákaba una editorial también muy pequeña y que cuenta con medios limitados, aunque sí es verdad que se mueve mucho a nivel de actividades literarias y presentaciones para dar visibilidad a sus autores. Sin embargo, para los que no estamos en Madrid es mucho más difícil aprovecharlo porque no podemos desplazarnos a capital con tanta asiduidad como nos gustaría (al menos en mi caso). Agradezco que Noemí Trujillo apostara por mí para un volumen en solitario.

Conmigo han contactado algunas editoriales y o bien lo que proponen claramente es una autoedición o, si les preguntas condiciones, directamente ya no te contestan.

  • ¿Qué opinas de autoeditarse?

A veces puede ser una buena opción. Siempre es preferible una autoedición manejando tú todas las piezas del puzle, que no una editorial que a lo mejor no va a estar por ti y lo que te ofrece en realidad es una autoedición encubierta El problema principal de la autoedición es la mala prensa que tiene (porque hay libros autoeditados malos malísimos) y la competencia feroz. Da la impresión de que hay infinitos autores que se autoeditan. De momento, sigo en plan exploratorio. De hecho, cada libro que he sacado ha sido en una modalidad diferente.Cuando de con la fórmula mágica, o por lo menos con la que me funcione ya te diré…

  • ¿Cuándo decides comenzar a escribir?

Si descartamos mis titubeos de juventud se puede decir que empecé a escribir bastante tarde, pasados los cuarenta. Al principio no era nada más un hobby, una afición y lo hacía cuando me apetecía. No seguía ningún tipo de rutina. Solía escribir poemas. Me tiré directamente a por sonetos y me salían de una manera bastante fluida. Ahora mismo he perdido aquella fluidez: si tengo que componer alguno me cuesta muchísimo más de lo que me costaba entonces. Los alternaba con otras composiciones en verso libre y de aquella época surgió mi primer poemario El jardín secreto. Luego escribí dos relatos La cara oculta y Teresa por este orden. Teresa lo envié a un concurso y quedé finalista, lo cual me animó mucho, pero volví a la poesía y escribí mi segundo poemario Paisajes propios y extraños, aunque la fui alternando con algún relato más y mi novela La luna en agosto. Luego dejé de escribir durante unos años.

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Nuestra autora fue aficionada desde muy joven a la lectura. ¡Gracias por la foto!

  • Háblanos sobre tu primera novela, La luna en agosto.

La luna en agosto fue un reto. Cuando ya había escrito varios relatos breves pensé que era el momento de probarme con una historia más larga. Partí de una anécdota personal, un pequeño accidente de tráfico que me sucedió en la vida real que es lo que da comienzo a la novela. Alicia, una chica de ciudad que es la protagonista se queda tirada en una carretera secundaria y mientras le reparan el coche tiene que pasar unos días en un pequeño pueblecito. Allí le suceden una serie de peripecias. Paralelamente se narran las aventuras de su novio Ignacio, que al saber que ha tenido el accidente decide salir también en su ayuda. Se encuadra dentro del género romántico, aunque no es una novela romántica al uso, ya que los personajes son gente corriente, trabajadora, que lleva una vida de lo más normal, por lo menos hasta que todo se les empieza a complicar. En general ha gustado mucho a quienes la han leído, de hecho me han pedido insistentemente una segunda parte. En un principio me mostraba reticente, pero quién sabe, quizás la escriba más adelante.

  • Además del formato novela, has escrito mucho relato, llegando a participar en proyectos como El libro del escritor, de Literup. ¿Qué supuso para ti ser parte de ese proyecto?

Fue un proyecto en el que participé con muchísima ilusión y claramente hay un antes y un después de “El libro del escritor”. La participación en esta antología me abrió puertas, pero sobre todo me abrió la mente. Sin “El libro del escritor” no estaría donde estoy ahora mismo. Por otra parte también supuso un duro aprendizaje y en un par de ocasiones estuve a punto de tirar la toalla porque el relato no me salía como yo quería. A pesar de los inconvenientes siempre recordaré El libro del escritor con muchísimo cariño.

  • ¿Prefieres historias largas o relatos breves?

A la hora de escribir prefiero los relatos breves. Va mucho con mi forma de narrar que es ágil, rápida, sin entrar en muchos detalles. Me gusta llevar de la mano al lector desde el primer párrafo hasta el desenlace final, sin casi dejarlo respirar. Cuando se trata de novelas tengo pensar y planificar mucho más, mientras que con los relatos me surge una idea, un chispazo (que en realidad es lo que más me cuesta) y puedo plasmarla casi de inmediato.

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portada de su último libro: Y amanecerá otro día.

  • Hace poco publicaste tu antología de relato breve Y amanecerá otro día. Coméntanos un poco sobre ella.

Los relatos de esta antología son muy dispares tanto en lo que se refiere a la temática, como a la forma en que están concebidos, como a la extensión y a la época en la que fueron escritos. En realidad no tienen ningún nexo en común. Salvo tres que rozan lo fantástico y uno policíaco y otro de género negro (muy a mi manera) la mayoría podría encuadrarse en dentro del realismo, aunque doy mucha importancia a la faceta psicológica de los personajes.

Fue difícil encontrar un título adecuado para la antología, porque quería huir del manido Lo que sea y otros relatos, siendo Lo que sea el título de uno de ellos. Al final, como en general a mis personajes no les va muy bien, se me ocurrió lo de Y amanecerá otro día porque es una de las pocas certezas tenemos en la vida: por mal que te vaya, incluso aunque no vivas para verlo, siempre amanecerá otro día.

  • Tu profesión se enmarca en el mundo sanitario, y me imagino que ello tendrá enorme influencia en tu obra.

Yo estudié medicina de manera vocacional, pero luego hice la especialidad de Microbiología Clínica por lo que mi trabajo se desarrolla en el laboratorio, lejos de la cabecera del paciente. Sin embargo, el hecho de pasarte media vida en un hospital (yo llevo ya casi treinta y cinco años de ejercicio profesional) afecta a tu manera de ver las cosas. Sabes que la línea que separa la vida de la muerte puede ser muy delgada y en ocasiones se pasa de un lado al otro en suspiro. Sé que todo lo que tiene vida, incluida yo misma, está destinado a morir algún día y es una realidad de la que no me puedo sustraer. Luego está el tema personal. A mi edad he perdido ya muchos seres queridos. Cuando son de la generación anterior (abuelos, tíos, padre en mi caso) te duele, pero lo encuentras lógico, ley de vida que se dice. Pero cuando se va gente de tu misma edad o incluso más joven te afecta mucho más.

  • ¿Cuáles son tus próximos proyectos?

Ahora mismo estoy en trámites de publicar una novela juvenil de ciencia ficción y de humor a través del editor de Desafiosliterarios.com web en la que colaboro con una columna semanal titulada Ya nunca seremos los mismos. La novela  comienza cuando la teniente Ripli (la de Alien, el octavo pasajero aunque yo le modificado un poco el nombre), después de la primera misión aparece en Belenus, un planeta habitado por reptilianos. La novela está protagonizada por dos hermanos reptilianos y toda la acción está narrada bajo el punto de vista de los extraterrestres. Tiene infinidad de gags inspirados en los tebeos que leía de pequeña. El título salvo modificación de última hora: El inspector Tontinus y la nave alienígena.

También sigo escribiendo poemas y a no tardar mucho me gustaría sacar un nuevo libro de poesía, pero daré prioridad seguramente a la de novela.

Además estoy con otra novela de temática actual (ambientada en Valencia) y que no siendo propiamente romántica sí que daré bastante protagonismo al amor.

  • Por último, ¿podrías dedicar unas últimas palabras a los lectores de Contra la inercia?

A los lectores de Contra la inercia les diría que tienes un blog genial. Está muy bien que haya webs como la tuya. Me encantan tus reseñas. El hecho de compagines escritores consagrados como Murakami o Auster con otros desconocidos como yo, por ejemplo, está muy bien.  Es una manera excelente de promocionar la lectura y la cultura en general. También me encantan tus  entrevistas. En definitiva siempre busco unos minutos para estar al tanto de lo que cuentas y lo recomiendo a todos.

Con estas preciosas palabras de nuestra amiga Avelina nos despedimos. Ha sido un honor haber podido tener la oportunidad de conocerla, y espero que su andadura por el mundo literario sea próspera y llena de éxitos.

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