Diez meses han pasado, que se dice pronto, desde que escribí por última vez en este diario. Son diez meses, ni siquiera hace un año, pero parece que haya pasado una eternidad. Tampoco el mundo es el mismo de entonces, como si, para burla de todos los escritores de ciencia-ficción, la vida real se hubiera vuelto tan aterradora como la cualquier distopía.

El 31 de diciembre nos comimos las uvas

El 31 de diciembre nos comimos las uvas esperanzados, mientras intentábamos dejar atrás un año 2019 complicado a más no poder desde el punto de vista económico, político y social. 2020, aunque fuera por mera estadística, debería de presentarse mejor, al menos yo así lo creí. Apuntaba enero y parecía que lo más importante era que se formara el gobierno de coalición, objetivo que por suerte se cumplió, ya que nadie deseaba una nueva repetición de las elecciones.

Los ecos de Wuhan

Entonces los ecos del brote de neumonía infecciosa recién declarado en Wuhan y causado por un nuevo coronavirus (bautizado después como Sars-Cov2) llegaban como algo muy lejano, que difícilmente perturbaría nuestra existencia, como había sucedido antes con las epidemias de Sars y Mers, que nunca nos afectaron. Ni por asomo nos podíamos imaginar que entre otras muchas adversidades, una epidemia mundial (nivel experto) producida por este maldito coronavirus, iba a cambiarnos la vida de una manera tan radical. Aunque ver por TV a los habitantes de aquella ciudad del lejano oriente confinados junto al hecho de que sus dirigentes construyeran en tiempo récord dos hospitales para atender esta nueva patología tendría que habernos alertado de lo que se nos venía encima.

La primera señal vino de Italia

La primera señal clara vino desde Italia. Cuando allí empezó a extenderse esta nueva neumonía, que fue bautizada con el nombre de Covid19, cuando empezó a morir gente, cuando confinaron la región de Lombardía y después Italia entera, algunos ya comenzamos a pensar que era cuestión de tiempo que la epidemia llegará también aquí. Y no nos equivocábamos. Empezó a haber casos en España, al principio de manera aislada y en relación con personas llegadas desde Italia y ya por último de manera descontrolada y sin una historia epidemiológica de riesgo reconocida.

Boda el 29 de febrero

Para mi familia el 29 de febrero era un día importante, celebrábamos la boda de mi hijo mayor. Y si digo la verdad, yo ya estaba preocupada por la situación, porque creía que en cualquier momento podía explotarnos en la cara. Con el estómago encogido, no digo que no, seguimos adelante con la boda. Durante ese día nos olvidamos de la Covid19 y nos limitamos a disfrutar del acontecimiento. Fue un día genial, lleno de besos, abrazos y buena vibra. Por suerte para todos los que nos allí reunimos no hubo consecuencias negativas y pese a estar cercados por el virus (ahora lo sabemos) nadie enfermó.

La pandemia y el estado de alarma

El martes 3 de marzo se dio el primer caso en Alicante, pero las noticias que llegaban de Madrid empezaban a preocupar. Allí los positivos ya se multiplicaban por cientos. En ese contexto se celebró la manifestación feminista del 8M, a la que muchos culparon del aumento de los contagios (como se demostraría posteriormente de manera infundada, pues el virus entró en España por múltiples vías). Luego se desató el caos: la OMS declaró la pandemia el miércoles 11 y el gobierno recién constituido declaraba el estado de alarma el sábado 14. A partir de ahí ya todo fue a peor. Yo, como médica de atención hospitalaria (y microbióloga para más señas), fui a trabajar cada día. Previamente y como medidas de excepción, se habían aplazado o suspendido todos los congresos médicos y la Conselleria de Sanitat de la Comunitat Valenciana había cancelado todos los permisos y vacaciones del personal sanitario.

Una situación desoladora

Era una situación extraña, desoladora, salir por la mañana y encontrar las calles desiertas. En el hospital las condiciones de trabajo también resultaban agobiantes, con las mascarillas, los EPI, las pantallas de seguridad. Era agotador, sobre todo desde el punto de vista mental. Perdí mi capacidad de concentración. No podía leer y mucho menos escribir (algo que por lo que sé, les ha pasado también a más compañeros escritores). Simplemente, por las tardes, ya en casa, echaba un vistazo a la RRSS y comentaba algo por aquí y por allá. Las noticias acerca de los muertos y los enfermos, la situaciones que se vivían en los hospitales y residencias de ancianos más lo que yo vivía en el día a día de mi propio servicio del hospital me tenían conmocionada.

La vuelta al cole y el recrudecimiento

Tras el estado de alarma la situación mejoró, los contagios se contuvieron y se instauró lo que se ha dado en llamar «la nueva normalidad», que para ser sincera, de normalidad tiene bien poco. Las mascarillas y el gel hidroalcohólico han llegado a nuestras vidas para quedarse (no sabemos aún por cuánto tiempo). Los besos y abrazos están restringidos, los contactos sociales y los viajes limitados, mientras la pandemia se recrudece de nuevo, justo cuando comienza el curso escolar.

Me siento pesimista

Y así seguimos… Ya sé que los escritores somos hiperbólicos por naturaleza y nos gusta hacer drama de todo, pero en este momento me siento pesimista y nada me mueve a la esperanza. Ojalá pronto pueda cambiar de opinión.