Estamos es un escenario preapocalítico
Hace tiempo que vengo pensado que vivimos en un escenario preapocalíptico. De que como especie y como sociedad nos vamos a la m.. no me cabe ninguna duda. Puede que sea dentro cien años, cincuenta o mañana mismo. Los sucesos de ayer no hacen sino reforzarme en esa creencia. En 2017 el mudo ya sufrió un ataque cibernético a gran escala con un malware que me inspiró este relato.
Evolución
Por primera vez su autoridad sería puesta en duda
Aquella tarde se presentaba difícil. Por primera vez su autoridad sería puesta a prueba en un caso complicado. Tan complicado para Astrid, la Gran Maestra de entonces, como el que el propio Remigio protagonizó siendo todavía un muchacho imberbe. Le asomó una sonrisa melancólica al recordar aquella otra tarde tan lejana en la que tuvo que comparecer ante ella. Entonces, su osadía juvenil le dio la fuerza necesaria para sostener la mirada escrutadora de aquella increíble mujer. En un primer momento no comprendió por qué se estaba mostrando tan severa con él. Ella lo observó con el semblante pétreo, reflejo de un rigor que juzgó excesivo para lo que en aquel momento a él tan solo le parecía una levísima falta. Al presentar aquel proyecto en la evaluación de ciencias no se imaginó ni por un momento que iba a desatar semejante revuelo. Desde luego, tampoco que sería su propio profesor quien, lejos de compartir su entusiasmo ante aquel ingenio electrónico, lo denunciaría ante la máxima autoridad de Concordia.
Astrid hizo un leve gesto con la cabeza y Remigio trató entonces de explicarse:
—Gran Maestra, mi intención solo era hacer la vida más sencilla a mis conciudadanos, mejorar las comunicaciones, ir en aras del progreso…
—¿Progreso, dices? —le interrumpió ella—. ¿No sabes que si esta tecnología endiablada está proscrita en Concordia desde el principio de los tiempos es por un buen motivo? ¿Acaso faltaste a la escuela el día que tocaba esa lección?
—No señora, no falté. No soy un ignorante: conocía la prohibición. Pero nunca entendí las verdaderas razones. Jamás nos las explicaron —repuso con cierta insolencia.
Se limitó a negar con la cabeza
Astrid no replicó. Se limitó a negar con la cabeza con gesto de preocupación. Ajeno a sus cavilaciones, Remigio prosiguió con su alegato:
—¿Sabe cómo podría evolucionar el mundo con mi invento? ¿Se imagina lo que significaría poder hablar con personas que están a cientos, a miles de kilómetros? Nadie volvería a sentirse solo. El padre hablaría con el hijo, la esposa con el marido, el hermano con la hermana, el amigo con la amiga sin importar dónde se encontrasen cada uno de ellos. Y todo eso sin contar con el impulso que se podría dar a los avances científicos…
La Gran Maestra le permitió continuar con sus argumentos todavía un poco más.
—Estoy seguro de que mi invento permitiría un avance mucho más rápido en todos los campos del conocimiento. Los grupos de estudio podrían coordinarse mucho mejor al compartir sus experiencias. No como ahora, que cada uno investiga sin tener en cuenta al resto. Eso, por no hablar de la medicina…
Creyó que la habría impresionado
Creyó que la había impresionado con aquella retahíla de nobles intenciones, porque advirtió cómo el rictus de Astrid se relajaba. Sin embargo, las palabras que la mujer pronunció a reglón seguido dejaron claro que no había cambiado de parecer con respecto a aquel artilugio.
—Eres joven y atrevido. Te crees que lo sabes todo. Hoy, sin embargo, te voy a enseñar algo que desconoces y que espero que te haga reconsiderar tu actitud. Pero antes de mostrarte nada me tienes que hacer una promesa: todo lo que veas y oigas a partir de este momento debe quedar en secreto. En Concordia muy pocos están preparados para lo que tú estás a punto de descubrir. ¿Tengo tu palabra?
—Juro por mi honor que no faltaré a esta promesa —contestó Remigio desconcertado por lo que parecía una muestra de confianza más que el correctivo que esperaba.
—Creo que ahora mismo sobrevaloras tu honor —dijo la mujer sin perder un ápice de la seriedad que la caracterizaba—. Eres apenas un púber y aún nos has pasado tu ceremonia de iniciación.
Por la memoria de las heroínas y de los héroes
—Entonces, por la memoria de las heroínas y los héroes fundadores de Concordia: prometo guardar silencio sobre todo aquello que hoy me sea revelado.
La Gran Maestra pareció satisfecha con aquella respuesta. Le pidió que se sentara, accionó un mecanismo y sobre la blanca pared de la sala comenzaron a proyectarse las imágenes de un mundo antiguo y desconocido. Una voz masculina que procedía de ningún sitio y de todos a la vez narraba los hechos.
—Siéntete un privilegiado —le dijo Astrid nada más comenzar la proyección—. Este documento gráfico está reservado tan solo a los Grandes Maestros. Desde la fundación de Concordia eres el primer ciudadano corriente al que se le ha concedido acceso.
Las imágenes se iban sucediendo
Las imágenes se iban sucediendo sin solución de continuidad. Al principio Remigio vio lo que parecía una ciudad próspera. Los edificios eran muy bonitos y altos, mucho más que cualquiera de los que él conocía. La gente bullía en las calles y en apariencia se la veía feliz. Eran hombres y mujeres de todas las edades, bien vestidos, con aspecto de estar sanos y bien alimentados. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que apenas interactuaban entre ellos. Muchos, casi todos los que tenían edad suficiente para hacerlo, caminaban al mismo tiempo que miraban un aparato extraordinariamente parecido al de su reciente invención. También unas especies de habitaciones rodantes, que Astrid denominó vehículos, circulaban por la parte central de la avenida —por filas ordenadas y en ambos sentidos—, mientras que los laterales se reservaban para aquellos que iban a pie.
Remigio pudo ver la misma ciudad devastada
La acción continuó avanzando y Remigio pudo ver al cabo de un tiempo la misma ciudad devastada y desierta. En el centro de la calle estaban muchas de aquellas habitaciones rodantes abandonadas a su suerte, oxidadas por la acción del tiempo y la intemperie, como si hubieran dejado de funcionar todas a la vez y la gente se hubiese marchado de allí a la desesperada. Apenas un grupo de niños desharrapados y famélicos, sin ningún adulto al cargo, deambulaba entre las ruinas de los edificios. La proyección acabó y la imagen quedó congelada en la pared.
—Gran Maestra Astrid, no estoy muy seguro de lo que acabo de ver —dijo Remigio desolado y perplejo ante aquella visión apocalíptica.
Astrid señaló a uno de los niños, al que parecía de mayor edad.
Él fue Ciro, nuestro primer Gran Maestro
—¡Fíjate bien, Remigio! Él fue Ciro, nuestro primer Gran Maestro. Construyó Concordia desde los cimientos, partiendo de cero, ya que de la civilización de sus mayores no quedó nada. Entonces la humanidad era muy soberbia. Había una gran prosperidad. La ciencia y las comunicaciones progresaban muy deprisa, demasiado… La tecnología se enseñoreó de todo. Esos dispositivos que has visto en manos de todo el mundo estaban interconectados entre sí y a su vez con en una especie de burbuja del conocimiento. La gente dejó de leer, de estudiar. Permitieron que los libros se pudrieran en las bibliotecas. No necesitaban memorizar nada: sus aparatos lo hacían por ellos.
—Pero eso en sí no es malo. Seguro que trabajaban menos que nosotros, que no tenían que perder tiempo en realizar tareas tediosas y podrían entregarse a actividades más nobles: la filosofía, el arte… ¿Qué sé yo?
Aquello era un mundo de fantasía
—¿De veras lo crees? ¿Y si te digo que aquello ero un mundo de fantasía, una especie de castillo en el aire que no podía durar mucho? Ya lo ves, hoy en Concordia no queda ni rastro de aquello.
—Puedo preguntar a la Gran Maestra qué fue lo que pasó.
—Puedes y debes, querido Remigio. Puedes y debes… —apostilló Astrid con el semblante entristecido—. Nuestros antepasados fueron muy descuidados a la hora de proteger su forma de vida, que era altamente vulnerable como quedó luego demostrado.
—¿Me quiere decir que la sociedad de nuestros ancestros quedó destruida por una especie de accidente?
¿Un accidente?
—No exactamente, Remigio. Aquella sociedad del pasado era muy avanzada en lo tecnológico, pero muy poco en lo humano. No era para nada igualitaria y mientras en algunas zonas del planeta se nadaba en la abundancia, en otras se pasaba mucha necesidad, incluso hambre. Como enseñamos en la escuela, las desigualdades generan conflictos y cuando un conflicto se radicaliza los contendientes no atienden a razones, solamente quieren imponerse a toda costa al bando contrario. Y eso fue lo que pasó. El almacenamiento de datos de aquella sociedad no contaba con la adecuada protección. No parecía que fuese necesario, puesto que servía tanto a unos como a otros. Era impensable que nadie lo boicoteara de manera intencionada, ya que el bienestar de todos dependía de él. Gobernaba toda la organización social, económica, sanitaria y científica. Pero entonces sucedió lo inimaginable: una facción lo atacó y lo destruyó de la noche a la mañana originando un caos global. Sin acceso a la burbuja del conocimiento nada funcionaba. Los edificios automatizados se volvieron hostiles para sus habitantes, los suministros de agua y energía se cortaron, los vehículos se detuvieron, los hospitales se colapsaron y el acceso a los alimentos se volvió primero difícil y más tarde imposible. Al principio confiaron pacientes en que sería cuestión de horas, luego de días, finalmente de semanas y conforme se fueron percatando de aquello era el fin de una era, muchos, que no querían enfrentarse a lo que la vida les iba a deparar en el futuro, optaron por el suicidio.
¿Suicidio?
—¿Suicidio…? ¿Esa acción antinatural que consiste en quitarse la propia vida? ¿Pero cómo? ¿Tan poco apego le tenían?
—En realidad tenían más apego a su civilización que a la vida misma. Quedó patente cuando los suicidios en masa se produjeron a lo largo y ancho del planeta. Sin embargo, no todos los hicieron: muchos trataron de resistir, especialmente los niños, que tenían más desarrollado el instinto de supervivencia.
—¡Vaya! Parece que a esa facción el tema se les fue de las manos.
—Exacto, Remigio, se les fue de las manos y aquello acarreó unas consecuencias terroríficas. Fue una época oscura. Hubo muchos crímenes horrendos: los humanos nos volvemos bestias despiadadas cuando nos arrebatan lo más elemental, nos volvemos como alimañas. Ciro se crió en aquel ambiente nefasto pero se daba cuenta de que tenía que hacer algo, tomar alguna medida para que nuestra raza pudiera pervivir. Por suerte, ya desde niño contaba con un carisma especial, fue un líder nato —puntualizó Astrid con vehemencia—. Reclutó a todos cuantos pudo para su causa, en su mayoría niños y jóvenes que habían quedado huérfanos como él. Se encargó de convertirlos en un ejército para el bien y juntos establecieron los cimientos de Concordia: son nuestros héroes y heroínas y merecen veneración por ello. Lograron una sociedad mejor que aquella de la que provenían. En Concordia hay libertad, hay equidad, hay justicia, hay bienestar. Lo único prohibido son los dispositivos electrónicos como el que tú has inventado. ¿Comprendes ahora por qué nuestra supervivencia como pueblo depende de su destrucción?
Remigio se dio por vencido
Remigio se dio por vencido. Profundamente consternado comprendió que la Gran Maestra tenía razón y le dio de manera voluntaria aquella máquina que tantas y tantas horas de sueño le había costado para que la destruyera. Había sido un necio al creerse más inteligente que nadie. Se avergonzaba por haber puesto en peligro a su pueblo de una manera tan frívola. La Gran Maestra Astrid pareció leerle el pensamiento:
—No te sientas mal. Solo los mejores son capaces de explorar por sí mismos el camino. Sin curiosidad no hay progreso…
—Creía que estaba en contra de él.
El progreso nos gusta
—No te confundas, Remigio, el progreso nos gusta, lo deseamos. Pero tiene que ser cabal, servir para hacernos mejores como sociedad y como individuos. El progreso que nos esclaviza o que explota a una parte de la sociedad en beneficio de otra no es progreso, es retroceso. Al Consejo y a los Grandes Maestros especialmente nos toca velar para que no se produzcan estas distorsiones que darían al traste con nuestros anhelos más nobles, nunca lo olvides… En eso consiste la evolución
Ella supo hacerle reflexionar
Evolución, evolución… En la mente de Remigio quedó flotando el eco aquellas sabias palabra pronunciadas por su antecesora. Ella supo hacerle reflexionar y devolverle al buen camino. Pero después de varias décadas, la historia se repetía: una joven inquieta había vuelto a poner en peligro aquella comunidad próspera y pacifica denominada Concordia. Y le tocaba a él, como Gran Maestro, atajar aquella amenaza. Solo esperaba persuadir a la intrépida muchacha con el mismo acierto que Astrid lo hizo con él tantos años atrás. Era su único deseo.