Llegó más rápido de lo esperado, ya que por la noche, acaso debido al cansancio acumulado, le había parecido que la distancia era mayor. En cuanto entró en el local la atendió el encargado, un apuesto y rudo muchacho. Sin duda, la presencia de Alicia debió de causarle una honda impresión. Además, en su azoramiento se le notaba la poca costumbre que tenía de tratar con forasteros y menos aún con mujeres, al menos en lo concerniente a temas profesionales. Alberto, que así se llamaba el joven, fue todo lo amable que su parquedad de palabras le permitió. A pesar de que aparentaba casi la misma edad que Alicia, mantuvo las distancias tratándola de usted:
―No, señora, no… Tardará por lo menos una semana y puede que aún se alargue…
Alicia se desplomó de repente
No pudo continuar la frase porque Alicia se desplomó de repente y hubiera caído de bruces al suelo si Alberto no hubiera tenido los reflejos a punto para agarrarla al vuelo.
―¡Toni! ¡Toni! ¡Vete corriendo a avisar al médico! ―le gritó al chico que tenía de ayudante.
Mientras, alzó en brazos a Alicia y la acomodó en el único sillón de su desangelado despacho, por llamar de alguna manera a aquel pequeño antro infecto lleno de trastos inservibles y cubiertos de un polvo más que añejo.
El pobre Alberto no se había visto en otra igual en toda su vida. No sabía qué hacer; le daba suaves palmaditas en la cara al tiempo que le decía en un tono casi suplicante:
―¡Señora! ¡Por favor! Señora… ¿Qué le pasa? ¡Despierte!
Poco a poco, Alicia fue recobrando la consciencia, pero se sentía confundida y algo avergonzada por lo que acababa de sucederle. No sabía qué decir.
Enseguida llegó el doctor
Enseguida llegó el doctor Marcilla, un hombrecillo extraño, entrado ya en años, de aspecto regordete y socarrón. Llevaba un traje de poliéster bastante corriente y desgastado en exceso, de un color beis claro. Prescindía de la corbata, lo más probable a causa del excesivo calor. Quizá ese también era el motivo de que llevara la camisa ―algo ajada, aunque de un blanco inmaculado y sin una sola arruga― con el botón del cuello desabrochado. En conjunto su atuendo resultaba bastante anticuado, al igual que sus modales, haciéndole parecer recién salido de una película costumbrista de los años sesenta. Toni lo había localizado en la pensión, donde tenía por costumbre desayunar todas las mañanas. Por supuesto, María ya lo había puesto al corriente de la accidentada llegada de la forastera la noche anterior y, al parecer, sin ahorrarse ningún detalle. La sometió a un somero examen y no apreció ningún signo digno de reseñar. Tan solo le encontró la tensión algo baja. No obstante, le recomendó que se pasara más adelante por la consulta para realizarle un reconocimiento más exhaustivo.
―¡Ah…! Por cierto, hágase también una prueba de embarazo; puede que con eso sea más que suficiente ―añadió al despedirse, mientras le guiñaba un ojo.
Con la trasnochada mueca
Tal vez con la trasnochada mueca pretendiera hacerse el simpático. Sin embargo, el efecto conseguido fue justo el contrario y las últimas palabras del médico dejaron a Alicia todavía más desconcertada. En ningún momento de su vida había planeado ser madre, en cierta medida por la oposición que había mostrado siempre Ignacio y que ella había terminado por asumir como propia. Se daba cuenta, si era sincera consigo misma, de que nunca había pensado de forma seria en el tema. Pero ahora la cuestión le surgía de golpe, en el momento más inoportuno, cuando su relación con Ignacio hacía aguas por todas partes y estaba intentando darle un nuevo sentido a su vida. «No puede ser verdad lo que me está ocurriendo», se repetía una y otra vez, como si de una letanía se tratase. Se haría ese maldito análisis, que saldría negativo ―estaba segura―, le arreglarían el coche, saldría zumbando de este pueblo perdido adonde había llegado por puro azar y retomaría de nuevo su vida en el punto en el que la había dejado hacía tan solo veinticuatro horas.
Imagen Ryan McGuire
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