La habitación era pequeña, pero con la luz del nuevo día se veía coqueta y acogedora
Alicia se despertó temprano, pero se quedó remoloneando durante un buen rato antes de levantarse. Todavía se encontraba muy cansada, ya que su sueño había sido poco reparador. Cuando al fin consiguió abrir los ojos se encontró, para su sorpresa, en un espacio bastante agradable. La habitación era pequeña, pero con la luz del nuevo día se veía coqueta y acogedora a pesar de su aire sencillo y rústico. La desagradable impresión que había percibido la víspera quedó desvanecida por completo.
Se presentó a desayunar con un aspecto demacrado y tristón
A eso de las nueve, por fin se levantó. Pero ni una ducha revitalizadora ni una cuidadosa labor de restauración a base de sus cosméticos preferidos pudieron contrarrestar los estragos causados por la mala noche pasada. Se presentó a desayunar con un aspecto demacrado y tristón, que no pasó en absoluto desapercibido a la perspicaz María, quien, aunque no era mujer de mundo, tenía ya mucho vivido a sus espaldas. Comenzó a tomar el desayuno con ganas, pero apenas había comenzado cuando sintió una repentina náusea que la hizo correr a toda prisa al aseo. Al salir, en lugar de retornar a la mesa, se encaminó a la calle. Mientras se dirigía hacia la puerta del establecimiento, todavía con la cara enrojecida y los ojos llorosos por el esfuerzo del vómito, su mirada se cruzó con la de la hostelera y le pareció encontrar en ella un atisbo de desaprobación cuya razón fue incapaz de comprender. Como se marchó de forma tan precipitada, no pudo oír el comentario que esta le hizo a la cocinera, en voz no demasiado baja, aunque, eso sí, en un tono más que confidencial:
―Una mujer en su estado no debería viajar sola, ¿no le parece? ―La cocinera se limitó a encogerse de hombros.
La experiencia de deambular sin prisa le resultó muy estimulante
Una vez fuera, se dirigió al taller de coches, haciendo el mismo recorrido de la noche anterior pero en sentido inverso. A pleno sol pudo apreciar mucho mejor el aspecto tan típico del pueblo, con estrechas calles flanqueadas por casas bajas de, a lo sumo, dos o tres alturas, en cuyas fachadas predominaba el color blanco. Los balcones y portales estaban rebosantes de geranios y petunias multicolores, flores que tan bien se dan en los climas mediterráneos. Se lamentó por no haberse puesto un calzado más cómodo, ya que los tacones se le clavaban en las juntas del empedrado y le resultaba difícil caminar. A pesar de aquella pequeña contrariedad, la experiencia de deambular sin prisa, fuera casi del tiempo, en medio del silencio y el agradable frescor matinal, le resultó reconfortante, sobre todo teniendo en cuenta la tensión vivida durante las últimas horas.
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