Mi corazón era duro acero
hasta que te cruzaste en mi vida
en aquel, ya tan remoto día,
soleado y frío de enero.
Me creía hecha de puro hielo,
pero cuando tu piel rozó con la mía,
al leve aleteo de tu caricia,
me derretí y me abrasé por dentro,
con una llamarada tan viva
que prendió para siempre mi corazón,
que no se agota y arde todavía.
Y sé, que hasta el fin de mis días
sentiré vivo y palpitante este amor
que nació años atrás, como una primicia.
Deja una respuesta