(o Romeo y Julieta 2.0)
Mil emociones asaltaban a Julieta, a cuál de todas más poderosa. Rabia, despecho, tal vez tristeza. Todas ellas pugnaban por asomar tras esa máscara de mujer digna que se había colocado para la ocasión.
—Ay, Romeo, ¿cómo has podido hacerme esto? Engañarme con Rosalina—le reprochó—. ¿Cómo habéis podido los dos? —apostilló indignada, tratando todavía de sobreponerse a la situación—. Confiaba en vosotros y me habéis traicionado. Ni te imaginas cómo me siento ahora mismo. Es que os haría picadillo si pudiera…
—Entiendo que estés molesta, pero te aseguro que es lo que parece. Quiero decir que no es lo que parece…. —se corrigió sobre la marcha.
Sabía que Julieta no se creería aquella patraña, pero en el fondo se sentía aliviado por que al fin se hubiera enterado de todo. Llevaba semanas estresado por tener que mentir a diestro y siniestro para mantener a las dos mujeres engañadas.
¡¿Molesta?! ¿No se te ocurre otra cosa mejor que decirme?
—¡¿Molesta?! ¿No se te ocurre otra cosa mejor que decirme? —Soltó una carcajada histérica que heló la sangre a Romeo—. De modo que me apartas de mi familia, me obligas a renunciar a mi trabajo, a mis ilusiones. Controlas mis amistades, mis horarios, hasta la ropa que me pongo. Como una tonta, por amor he ido concediéndote todo este poder sobre mí. Y me acabas de poner los cuernos con mi prima, esa que te había despreciado y por la que la que andabas llorando por los rincones cuando te conocí. Si como quien dice tuve que recoger tus pedacitos y recomponerte hasta que conseguiste ser de nuevo un hombre. ¿Y así me lo pagas?
Entonces Julieta se plantó delante de Romeo, con la mirada firme, fija en la de él y dijo:
–¿Sabes qué? Que sí, que tienes razón estoy molesta, pero también harta, desencantada y asqueada de ti. Pero después de todo, te estoy agradecida por abrirme los ojos, aunque haya sido de esta manera tan brutal. Mejor hoy que dentro de veinte años. Me merezco a alguien mejor que tú, que me quiera tal y como soy, que no quiera cortarme las alas. Esta casa ha sido una jaula para mí, pero a partir de ahora voy a volar libre. En cuanto me vaya podrás meter a la guarra de Rosalina.
Julieta abrió el armario y se puso de puntillas para alcanzar la maleta
Julieta abrió el armario y se puso de puntillas para alcanzar la maleta del altillo. Después empezó a toda prisa y de manera un tanto desordenada a meter su ropa mientras Romeo la miraba sin dar crédito a su reacción. Ella siempre se había comportado de manera insegura. Era esa Julieta dulce y apocada, también sumisa, por la que se había sentido atraído. Pero ahora la veía con una fuerza que quizás siempre había estado ahí, pero que él desconocía y que le hacía parecer todavía más deseable ante sus ojos. Pensó que lo de Rosalina no había sido más que un pasatiempo. El hecho de que por fin hubiera caído rendida sus pies era una mera compensación por los desdenes del pasado, pero nunca había pretendido ir en serio con ella, era con Julieta con quien quería estar, por quien lo había arriesgado todo y no podía dejar que se marchara. No, no podía. Era suya, la había conquistado. Se la había ganado a pulso. Además, enfadada esta tan guapa. Nunca lo había pensado…
Julieta cerró a duras penas la maleta llena hasta cas rebosar y mientras se disponía a salir del piso dándole la espalda a Romeo dijo:
—No pienso volver a esta casa nunca más. Ya enviaré a alguien a por lo que falta.
Romeo no quería dejar escaparla, era su chica, su mujer trofeo, su mejor conquista
Romeo no quería dejarla escapar, era su chica, su mujer trofeo, su mejor conquista, de modo que la agarró por detrás para intentar detenerla. Ella se dio la vuelta intentando zafarse de aquel abrazo indeseado, pero Romeo era más fuerte. Julieta se defendió con uñas y dientes y en un momento dado le asestó a Romeo un certero bocado en medio de la cara. Él, al notar cómo la sangre le corría mejilla abajo, sintió cómo su juicio se nublaba por un instante y de una embestida la tiró por las escaleras. Julieta y la maleta fueron rodando en un inmenso estrépito hasta el rellano, donde quedó inerte con el cuello quebrado, los ojos vacíos y un hilillo de sangre asomando por la comisura de los labios. Romeo la miró con impotencia y supo al instante que la mala suerte había querido que la caída resultara fatal. «¿Qué has hecho, figura? ¿Era esto lo que querías? No, seguro que no… ¿Y ahora qué, imbécil. ¡Vaya manera de joderte la vida, de joder la vida de los dos!». Entones, presa de la desesperación o tal vez de la cobardía, nunca nadie llegaría a saberlo, fue a buscar la escopeta de caza, aquella de la que tantas veces Julieta le había rogado que se desprendiera, se sentó junto al cuerpo inerte de la que en vida había sido su amantísima novia y se descerrajó un disparo en el pecho.
Deja una respuesta