Hoy mi entrada en el blog sale con un día de retraso porque entre unas cosas y otras ayer no tuve tiempo para escribirla. Lo cierto es que fue un día especial por dos motivos fundamentales porque era mi sexagésimo segundo cumpleaños y porque tuve mi primera firma tras la pandemia de Covid. Y qué mejor manera que hacerlo en la Fnac de Alicante.
Ganas a la vez que miedo
Por un lado tenía muchas ganas de reencontrarme con las lectoras y los lectores, ya que no había tenido ningún tipo de contacto durante varios meses y se me hacía muy raro. Por otro, lo cierto es que me daba un poco de medio por cómo me iba a encontrar el ambiente: ya sabéis las mascarillas, los geles desinfectantes, la distancia, etc. Porque hay que reconocer que esta pandemia nos ha cambiado la vida y, desde luego, para peor. Sin embargo, me sorprendió la gran afluencia de público que hubo a lo largo de todo el día y todo se desarrollo de una forma mucho más sencilla de lo que yo esperaba. Como es natural estoy muy agradecida a todos quienes confiaron en mí y se llevaron mis relatos para leerlos y disfrutar de ellos.
Un día grande
Pero ayer no solo fue un día grande porque retomé las firmas sino que además, como ya mencioné más arriba era mi cumpleaños. Al estar todo el día en la Fnac se hacía difícil organizar una celebración privada en casa. Mis hijos y mi nuera (por ahora la única que tengo) tuvieron la genial idea de invitarnos a comer a mi marido y a mí en un japonés del centro. Fue una maravilla y una gran satisfacción sentir que esos niños a los que criamos con tanta dedicación, a los que intentamos educar con esmero se han convertido en HOMBRES de provecho, que, además, como hermanos están unidos, se quieren y se apoyan.
Orgullosa de mi familia
Sí, ayer la satisfacción por una firma de libros quedó eclipsada por la estampa de una mi familia, la mía, totalmente unida y de la que me siento inmensamente orgullosa.
Además de la entrañable comida familiar me obsequiaron con esta preciosa orquídea.
Diez meses han pasado, que se dice pronto, desde que escribí por última vez en este diario. Son diez meses, ni siquiera hace un año, pero parece que haya pasado una eternidad. Tampoco el mundo es el mismo de entonces, como si, para burla de todos los escritores de ciencia-ficción, la vida real se hubiera vuelto tan aterradora como la cualquier distopía.
El 31 de diciembre nos comimos las uvas
El 31 de diciembre nos comimos las uvas esperanzados, mientras intentábamos dejar atrás un año 2019 complicado a más no poder desde el punto de vista económico, político y social. 2020, aunque fuera por mera estadística, debería de presentarse mejor, al menos yo así lo creí. Apuntaba enero y parecía que lo más importante era que se formara el gobierno de coalición, objetivo que por suerte se cumplió, ya que nadie deseaba una nueva repetición de las elecciones.
Los ecos de Wuhan
Entonces los ecos del brote de neumonía infecciosa recién declarado en Wuhan y causado por un nuevo coronavirus (bautizado después como Sars-Cov2) llegaban como algo muy lejano, que difícilmente perturbaría nuestra existencia, como había sucedido antes con las epidemias de Sars y Mers, que nunca nos afectaron. Ni por asomo nos podíamos imaginar que entre otras muchas adversidades, una epidemia mundial (nivel experto) producida por este maldito coronavirus, iba a cambiarnos la vida de una manera tan radical. Aunque ver por TV a los habitantes de aquella ciudad del lejano oriente confinados junto al hecho de que sus dirigentes construyeran en tiempo récord dos hospitales para atender esta nueva patología tendría que habernos alertado de lo que se nos venía encima.
La primera señal vino de Italia
La primera señal clara vino desde Italia. Cuando allí empezó a extenderse esta nueva neumonía, que fue bautizada con el nombre de Covid19, cuando empezó a morir gente, cuando confinaron la región de Lombardía y después Italia entera, algunos ya comenzamos a pensar que era cuestión de tiempo que la epidemia llegará también aquí. Y no nos equivocábamos. Empezó a haber casos en España, al principio de manera aislada y en relación con personas llegadas desde Italia y ya por último de manera descontrolada y sin una historia epidemiológica de riesgo reconocida.
Boda el 29 de febrero
Para mi familia el 29 de febrero era un día importante, celebrábamos la boda de mi hijo mayor. Y si digo la verdad, yo ya estaba preocupada por la situación, porque creía que en cualquier momento podía explotarnos en la cara. Con el estómago encogido, no digo que no, seguimos adelante con la boda. Durante ese día nos olvidamos de la Covid19 y nos limitamos a disfrutar del acontecimiento. Fue un día genial, lleno de besos, abrazos y buena vibra. Por suerte para todos los que nos allí reunimos no hubo consecuencias negativas y pese a estar cercados por el virus (ahora lo sabemos) nadie enfermó.
La pandemia y el estado de alarma
El martes 3 de marzo se dio el primer caso en Alicante, pero las noticias que llegaban de Madrid empezaban a preocupar. Allí los positivos ya se multiplicaban por cientos. En ese contexto se celebró la manifestación feminista del 8M, a la que muchos culparon del aumento de los contagios (como se demostraría posteriormente de manera infundada, pues el virus entró en España por múltiples vías). Luego se desató el caos: la OMS declaró la pandemia el miércoles 11 y el gobierno recién constituido declaraba el estado de alarma el sábado 14. A partir de ahí ya todo fue a peor. Yo, como médica de atención hospitalaria (y microbióloga para más señas), fui a trabajar cada día. Previamente y como medidas de excepción, se habían aplazado o suspendido todos los congresos médicos y la Conselleria de Sanitat de la Comunitat Valenciana había cancelado todos los permisos y vacaciones del personal sanitario.
Una situación desoladora
Era una situación extraña, desoladora, salir por la mañana y encontrar las calles desiertas. En el hospital las condiciones de trabajo también resultaban agobiantes, con las mascarillas, los EPI, las pantallas de seguridad. Era agotador, sobre todo desde el punto de vista mental. Perdí mi capacidad de concentración. No podía leer y mucho menos escribir (algo que por lo que sé, les ha pasado también a más compañeros escritores). Simplemente, por las tardes, ya en casa, echaba un vistazo a la RRSS y comentaba algo por aquí y por allá. Las noticias acerca de los muertos y los enfermos, la situaciones que se vivían en los hospitales y residencias de ancianos más lo que yo vivía en el día a día de mi propio servicio del hospital me tenían conmocionada.
La vuelta al cole y el recrudecimiento
Tras el estado de alarma la situación mejoró, los contagios se contuvieron y se instauró lo que se ha dado en llamar «la nueva normalidad», que para ser sincera, de normalidad tiene bien poco. Las mascarillas y el gel hidroalcohólico han llegado a nuestras vidas para quedarse (no sabemos aún por cuánto tiempo). Los besos y abrazos están restringidos, los contactos sociales y los viajes limitados, mientras la pandemia se recrudece de nuevo, justo cuando comienza el curso escolar.
Me siento pesimista
Y así seguimos… Ya sé que los escritores somos hiperbólicos por naturaleza y nos gusta hacer drama de todo, pero en este momento me siento pesimista y nada me mueve a la esperanza. Ojalá pronto pueda cambiar de opinión.
Hoy que los españoles volvemos a las urnas, tengo un momento de sosiego en mi ajetreada vida para retomar este diario, un tanto abandonado muy a mi pesar, y hacer una pequeña reflexión.
Mucho y nada ha pasado desde la anterior cita electoral del 28 de abril
Mucho y nada ha pasado desde la anterior cita electoral del 28 de abril. El gobierno progresista que muchos deseábamos no pudo ser y estamos de nuevo ante la disyuntiva de elegir a nuestros representantes para el Congreso y el Senado. Sé que la desilusión y el hastío están presentes en una gran parte del pueblo, yo misma incluida. Pero me gustaría que este desencanto no nos hiciera perder la perspectiva y que toda la ciudadanía fuera consciente de los mucho que nos jugamos en este día.
Nos jugamos seguir avanzando como país
Nos jugamos seguir avanzando como país o involucionar hasta extremos que los más jóvenes ni siquiera podrían imaginar. Nos jugamos la libertad y la democracia más que nunca. No me gusta el alarmismo, pero esto se convierte en realidad cuando hay un partido político que está pidiendo la ilegalización de otros simplemente porque tiene un ideario diferente del suyo y amenaza en TV con meter a sus dirigentes en la cárcel si llegara a gobernar.
Nos jugamos seguir avanzando en feminismo, cuando hay partidos políticos que siguen repitiendo como un mantra que la violencia de género no existe. Como si el enorme número de mujeres muertas a manos de su parejas o exparejas no hubiera superado ya con creces el de las víctimas de la sangrienta ETA.
Nos jugamos la sanidad y la educación públicas
Nos jugamos la sanidad y la educación públicas, que los sectores liberales quieren matar de inanición negándoles los recursos que necesitan para prestar sus servicios a la población de manera digna. Nos jugamos también las pensiones de nuestros mayores (y las nuestras como resulta obvio) y por qué no decirlo: el futuro de nuestros hijos.
Me gustaría que votásemos a favor
Por todo lo anterior me gustaría también que votásemos a favor de lo que creemos que convertiría a España en un país mejor para nosotros mismos, para nuestros mayores, para nuestros descendientes y para toda la población en general. Un país que avance en lo social, donde tengan cabida la libertad y la tolerancia. Un país que respete a las mujeres como iguales en sus derechos a los hombres. Un país que no persiga a nadie por tener un color de piel o un origen diferente y en el que la religión y la tendencia sexual de cada uno solo importe en la intimidad. Solo hay que creer que ese país es posible.
Dejad el despecho en casa
Por el contrario y ya para terminar, no me gustaría que se votase por odio ni en contra de nadie. El despecho, por favor, dejadlo en casa, porque no nos ayudará a tomar una buena decisión. Recordad, hoy decidimos qué país queremos. Queramos el mejor.
Con el Mediterráneo ardiendo en el infierno, que no recuerdo haber pasado más calor en mi vida, hay pocas ganitas de sentarse al ordenador a escribir. Pero se me quedó en el tintero contaros por qué me considero a mí misma inoportuna. La razón es muy simple: todo en mi vida lo he hecho a destiempo. Siempre he llegado a todas partes demasiado pronto o demasiado tarde. O, simplemente, cuando las circunstancias no eran las más apropiadas.
Todo en mi vida lo he hecho a destiempo
A lo mejor se trata de una percepción mía y nada de esto fue verdad Tal vez no no fue verdad que me gustara leer cuando aún no había aprendido; que me quisiera casar antes de terminar la carrera; que criara a mis hijos a una edad en la que debería estar divirtiéndome; que llegara a todas las modas a destiempo y que en mí naciera una vocación literaría bastante tardía.
Estoy donde quiero
Pero no os preocupéis, amigos y amigas, porque esta historia tiene un final feliz. En mi madurez, por fin siento que es el mejor momento de mi vida; que estoy donde quiero y haciendo lo que me gusta: escribir y que solo aspiro a tener el tiempo suficiente para decir todos los versos y contar todas las historias que viven en mí.
Los versos y las historias que viven en mí
Y dicho esto, os abandono durante unos días porque me voy al norte, en busca de otro mar más fresco, de un lugar en el que una manguita sea bienvenida y donde el calor de la madrugada no me haga saltar de la cama a una hora intempestiva para alguien que se encuentra de vacaciones.
Como sabéis hace poco que estrené la página y me hacía mucha ilusión empezar con esta sección, en la cual, siempre que me parezca y dentro de un caos muy bien organizado, a mi imagen y semejanza para ser más exacta, contaré cosas personales. Por supuesto que aquellos que no deseen conocerme en esta faceta un poco más íntima están exentos de leer este apartado, si es que así lo desean.
A los que no me conocen, la idea igual no les resultará tan sorprendente. ¿Qué hay de raro en que una autora escriba un diario? En realidad, nada. Supongo que muchos colegas lo hacen. Es un ejercicio extraordinario. Entre otras ventajas ayuda a aclarar la mente, confiere destreza en un oficio tan difícil como es la escritura y cuando las ideas flaquean y se necesita un texto nuevo siempre se puede tirar de él para salvar el compromiso.
Nunca antes conseguí llevar un diario
Pero amigas, amigos, yo soy yo. En los sesenta años que tengo jamás he conseguido perseverar en ello por más veces que lo haya intentado . Apenas escribía dos o tres veces seguidas en aquellos diarios de mi infancia tan chulos, con su candadito dorado y todo. Siempre encontraba algo más importante o más urgente que hacer. Y al cabo de unos pocos días se me había olvidado lo que con tanta ansia me había propuesto y el pobre diario terminaba perdido para siempre por cualquier rincón de la casa.
La tecnología moderna va a serme de gran ayuda. Es verdad que no escribiré en un cuaderno de florecitas con un candado muy cuco y eso desmerece un poco la idea de llevar un diario. Pero a cambio jamás volveré a perderlo. Mis palabras permanecerán para siempre en la red y aunque pase tiempo sin escribir siempre podré retomarlo en el punto exacto donde lo dejé.
Escritora inoportuna
En cuanto al título, lo de «diario de una escritora» no necesita mayor explicación, pero algunos os estaréis preguntando a qué viene lo de «inoportuna». Y no os falta razón. Pero eso ya lo explico el próximo día.